LA VISITACIÓN DE LA VIRGEN MARÍA

31.05.2018

MARÍA SE PUSO EN CAMINO Y FUE APRISA A LA MONTAÑA... PROCLAMA MI ALMA LA GRANDEZA DEL SEÑOR, SE ALEGRA MI ESPÍRITU EN DIOS, MI SALVADOR                               (Lc. 1, 39-56)

Lo que indujo más especialmente a la gloriosa María a hacer esta visita fue su ardiente caridad y su profunda humildad, que le hicieron subir con presteza la montaña de Judea. Ciertamente, la caridad no es ociosa y la santísima Virgen estaba llena de ella hasta el punto de que llevaba al mismo Amor en sus entrañas...

... La santísima Virgen escuchó lo que su prima Isabel dijo en su alabanza y Ella, humillándose, rindió por ello su gloria a Dios. Después, confesando que toda su dicha provenía de que Dios había mirado la humildad de su sierva, entonó el admirable canto del Magníficat.

Mis queridas Hermanas, que tenéis a esta Virgen por Madre. Hijas de la Visitación de nuestra Señora y de Santa Isabel, ¡qué cuidado debéis de tener en imitarla!, sobre todo en su humildad y su caridad, que son las principales virtudes que la hicieron hacer esta Visitación.

Vosotras debéis brillar particularmente en ellas, estando dispuestas a visitar, con gran alegría y diligencia, a vuestras Hermanas enfermas; aliviándoos y sirviéndoos cordialmente unas a otras en vuestras enfermedades, ya espirituales, ya corporales. Y siempre que se trate de ejercer la humildad o la caridad, debéis acudir con cuidado y prontitud singulares. Porque, creedme, no es suficiente para una hija de nuestra Señora contentarse con estar en la casa de la Visitación y llevar el velo de religiosa. Sería hacer un agravio a tal Madre; sería degenerar si con eso os contentaseis. Tenéis que imitarla en su santidad y sus virtudes.

Por Dios, sed muy cuidadosas en conformar vuestra vida a la suya. Sed dulces, humildes, caritativas. Y magnificad, junto con Ella, al Señor en esta vida. Si lo hacéis fiel y humildemente en este mundo, indudablemente cantaréis en el cielo, junto con la Virgen, el Magníficat. Y al bendecir mediante este sagrado canto a la divina Majestad, seréis benditas, por Ella, durante toda la eternidad. Amén.

 (S. Francisco de Sales. Sermón del 2 de julio de 1618. IX, 159-168)