Vigilia Pascual

30.03.2018

"Cuantos hemos sido bautizados en Cristo, fuimos bautizados para participar en su muerte... Así pues, haced cuenta de que estáis muertos al pecado, pero vivos para Dios en Cristo Jesús." (Rom 6, 3 y 11)

¿Quién no ve, Teótimo, que el gran Apóstol se refiere principalmente al éxtasis de la vida cuando dice: "yo vivo, más ya no soy yo quien vive, es Cristo quien vive en mí"? Él mismo se lo explica en otros términos a los Romanos, diciendo que "nuestro hombre viejo está crucificado con Cristo", que estamos muertos al pecado junto con Él y que asimismo resucitaremos con Él para caminar en una vida nueva y ya no servir más al pecado...

En la vida primera, vivimos según el hombre viejo, o sea, según los defectos, debilidades y dolencias que contrajimos por el pecado de nuestro primer padre, Adán, y nuestra vida es una vida mortal, o mejor, la muerte misma; en la segunda vida, vivimos según el hombre nuevo, o sea, según las gracias, favores, disposiciones y voluntades de nuestro Salvador y como consecuencia, vivimos en la salvación y en la redención; y esta nueva vida es una vida viva, vital y vivificante.

Pero quien quiera llegar a una vida nueva tiene que pasar por la muerte de la vieja, crucificando su carne con todos sus vicios y concupiscencias (Ga 5, 24) y enterrarlos en las aguas del bautismo o de la penitencia: como Naamán, que ahogó y enterró en las aguas del Jordán su antigua vida leprosa, para vivir una vida nueva, sana y limpia.

Y bien se podía decir de este hombre que ya no era el viejo Naamán leproso, sino un Naamán nuevo, limpio y sano; que había muerto a la lepra para vivir en la salud y en la limpieza.

Por tanto, quien resucita a esta vida nueva del Salvador, ya no vive para sí, ni en sí, sino en su Salvador y para su Salvador.

(Tratado del Amor de Dios. Libro VII, Cáp. 5. 31, 32)